¿Por qué el chori de la cancha es tan rico?

Fútbol y chori son inseparables, forman parte de la identidad argentina y de su cultura futbolera. Un día de cancha no puede terminar sin un buen choripán y como hinchas ritualizamos estos momentos compartidos junto a amigos y familia.
Dulce de leche, mate, alfajores, empanadas y espectaculares asados son algunos clásicos argentinos reconocidos mundialmente. La comida está fuertemente vinculada a la identidad cultural de una sociedad. Por eso, lo que comemos y la forma en que lo hacemos es reflejo de nuestras costumbres y gustos. Muchos de estos platos que se transforman en íconos gastronómicos toman vida propia y se convierten en parte esencial de numerosos rituales.
Una de las comidas que se convirtió en ícono cultural y nacional es el querido chori, consagrado como el mejor plato para acompañar los apasionantes partidos de fútbol. El choripán, es un chorizo de carne entre dos panes que suele estar acompañado por salsas picantes como chimichurri y otros aderezos. Según algunas investigaciones culinarias, este clásico argentino, comenzó a ser elaborado en la región del Río de la Plata a mediados del siglo XIX por los gauchos cuando se reunían a compartir asados. Sin embargo, se popularizó más tarde, y con la proliferación de carritos callejeros y de su ritualización de la mano del fútbol alcanzó reconocimiento mundial.
Del estadio al carrito.
Comer un chori en un carrito tiene que ver con una idiosincrasia futbolera. Y acá, es donde se mezclan dos inmensas pasiones de nuestro país: la comida y el fútbol. “Partido significa chori”, comenta Claudia entre risas. Ella trabaja en uno de los carritos del Parque Independencia, donde está ubicado el Estadio Coloso Marcelo Bielsa, y hace más de 30 años que prepara choripanes para los leprosos. Cuenta que las planchas de su cocina ambulante están repletas los días que el rojinegro disputa los partidos locales porque los hinchas anhelan “comerse un buen chori”.
La comida ocupa un lugar importante en nuestra cotidianidad, es promotora de encuentros, se convierte en una de las mejores formas de agasajar, es la protagonista de los momentos más festivos y nos acompaña en otros no tan gratos. Caminar por las calles aledañas a los estadios de fútbol tiene sabores y aromas inolvidables. Entre cantos, redoblantes y banderas asoman las humaredas de los famosos carritos de choripanes que ubicamos rápidamente gracias a las advertencias “¡Aaaa lo’ chori a lo’ chori!”, cada un par de cuadras.
“Los días de partido se tiran bombas, cantan, hay fiesta”, explica Claudia bromeando porque en realidad su corazón pertenece al club rival. Continúa el relato destacando que más allá de los resultados, el momento de compartir un chori entre amigos y familia siempre está presente porque es uno de los símbolos que forma parte de la cultura del hincha.
Edu y Mario transitan las calles de barrio Arroyito. Ellos coinciden con Claudia: los resultados son anecdóticos. Edu es canalla desde que tiene memoria. Empezó a alentar en el Estadio Gigante de Arroyito con su hermano y su papá a los 6 años. “Ir a la cancha es una de las cosas que más disfruto, es encontrarse, alentar, cantar, salir del partido a comer un chori o una pizza en un carrito y compartirlo con las personas que más queremos”, se emociona y recuerda que lo que más añoraba cuando vivió fuera de Rosario era el ritual futbolero y toda la emoción que esos momentos le generaban.
Mario es parte de “Borracho te voy a seguir”, un grupo de hinchas amigos que se encuentran a cocinar antes de los partidos en el Gigante. “La previa se organiza con una semana de anticipación para decidir qué vamos a comer: a veces hacemos choris, pero variamos según la estación”, explica.
Un ritual que forma parte de nuestra identidad.
Ir a la cancha no se trata únicamente de acercarse al estadio a ver un partido de fútbol, es mucho más que eso. Las preparaciones que implica presenciar un evento deportivo conoce las más diversas costumbres y cábalas que decantan en rituales construidos con quienes compartimos esos momentos. A qué hora se llega al estadio, qué se come ese día, dónde se ubica el punto de encuentro, cuál es la camiseta que se va a usar…
Para Dani, la magia de ir a ver un partido está vinculada a las tradiciones que heredamos de familiares y que aportan a la construcción de nuestra identidad. Además, destaca que se trata de momentos donde muchas personas se encuentran compartiendo las mismas pasiones y donde – al menos por un rato en nuestra vida – el fútbol nos acerca independientemente de nuestra clase social, posición económica, género o edad.
Después de uno de sus primeros partidos Dani recuerda haber comido un choripán en un carrito del laguito con su hermano. Ella es leprosa y la primera mujer de su familia en ir a la cancha. “No comer chori es no haber ido al partido”, sostiene apasionada. Entiende que los rituales de cualquier hincha no tienen que ver únicamente con el momento de alentar a los jugadores en la cancha. “Agitar con los demás hinchas, los bombos, las bengalas, el chori, hacen a la mística de la previa del partido”, asegura.
La secuencia de actividades que llevamos adelante cada fin de semana en nombre de estos eventos deportivos adquieren valor simbólico. Y si acordamos que el resultado termina siendo anecdótico es porque el fútbol y la comida se ritualizan cuando el partido acaba desbordando los límites espacio temporales de sus 90 minutos.
Dicen que comer es digerir culturalmente un territorio. En este caso, el chori puede ser una de las formas que tenemos de digerir y saborear culturalmente el fútbol.