Amor de colectivo

El destino no es fácil de entender. No se presenta con una carta que diga “Este va a ser el amor de tu vida”, pero puede aparecer como una señal del colectivo de la línea 122. Puede no aparecer explícitamente, como si fuera una tarjeta de invitación, aunque sí como una alerta de saldo negativo.
“¿Me podés pagar el viaje?” le pidió Emilia a Cristian, cuando descubrió que su tarjeta no estaba cargada y no necesitaba un pasaje para ir a trabajar. El joven estaba a metros de la mujer que interrumpió su lectura; le tomó unos segundos volver al mundo real, y se levantó de su asiento para socorrerla. Con un gesto, él negó cualquier dinero, y le respondió diciendo que era un gusto ayudar.
Casi como si sintiera la obligación moral, Emilia se sentó a su lado, e intentó conocer más de su salvador. Ella era una persona extrovertida y curiosa, por eso mismo quería descubrir quién era Cristian.
-Cóntame, ¿A qué dedicas? Estás yendo a trabajar, me imagino. ¿Dónde te bajas?
-Sí, sí. Trabajo en una empresa de electrónica, que queda pasando Fisherton, así que tengo una hora de viaje todos los días. Por eso me llevo este libro, no suelo hablar mucho en el recorrido.
-Claro, me imagino – Respondió Emilia, sintiendo que podía llegar a ser molesta-. Yo trabajo en el Jockey Club, también me queda un rato hasta llegar.
-Sí, sí. Lo sé –se animó a comentar Cristian, quien había guardado su libro, y trataba de seguirle la charla, pese a su timidez–. Te veo todos los días cuando te subís al colectivo. Noté que siempre te bajabas en la entrada del country.
-¿Ah, sí? ¿Y por qué nunca me saludaste o me dijiste nada? Parece que me conocés muy bien-. Este fue un comentario poco afortunado para Emilia, quien se sintió un poco ofendida al enterarse que había un furtivo dentro de su cotidianidad
Cristian no sabía dónde meterse. Experimentaba ansiedad por la respuesta a una explicación que él quiso dar, aunque sonara mejor en su mente. De inmediato, él miró al costado de la ventanilla, ojeo al conductor, y tomó aire profundamente. Luego de juntar coraje, el técnico le contestó: “Nunca se me ocurrió cómo sacarte charla. Te veo porque compartimos la rutina de subirnos a este colectivo, pero no es fácil arrancar una conversación. Yo suelo meterme en un mundo de ficción y a veces no puedo enfrentarme con el real. Quiero decir: enténdeme que las palabras no son lo mío”.
Emilia se puso incomoda por primera vez. Sintió que esas eran excusas detrás de un propósito en puntual. Ya no lo veía como un fan secreto, y temía que estuviera al lado de un acosador. Un segundo pensamiento atravesó su cabeza, y en lugar de sentir antipatía, experimentó ternura, como si se tratase de una historia que estaba esperando por un giro en la trama.
-Quiero pensar que me olvidé de cargar la SUBE por alguna razón. Sino, vos nunca me hubieras salvado del apuro, y te hubieras mantenido en el anonimato por mucho más tiempo. O sea, hoy descubriste cómo romper el hielo, por suerte.
El destino opera con una formula arcana. Cristian pudo haber decidido no ir a trabajar por la lluvia, y quedarse haciendo home office, tan de moda en estos tiempos. Emilia pudo haber recargado su tarjeta antes de subirse al colectivo, no hubiera necesitado pedir prestado un viaje y ambos seguirían su camino sin conocerse. Pero no. Ese día la suerte los iba a unir, y nada se iba a interponer en lo que parecía predestinado.
-Te soy sincero –volvió a comentar Cristian-. Un poco quería guardarme la ilusión de cómo sería conocerte. Te veo cuando saludas al colectivero, y no podía saludarte yo. Quizás por eso espere tanto, quería que el primer encuentro formal sea de una manera especial. No sé, deseaba que nuestras miradas coincidan varios segundos alguna vez, y yo con una sonrisa te invita a salir. O bueno, un guiño tuyo podía significar que me conocías, pero nunca se dio así.
Emilia decidió no mirar hacia atrás, y al igual que el colectivo, solo ir para adelante. Dejó de pensar lo que podría recriminarle a su nuevo conocido, y decidió cumplir con su deseo. –Nos vemos mañana una hora antes en la parada de colectivo, yo te invito un desayuno-. Fue la palabra de la morocha, que no iba a aceptar ningún pretexto, y lo comprometió a levantarse un rato antes, para empezar a marcar un nuevo destino.
Cristian no dudo y asumió el pacto. Minutos pasaron para que la muchacha se tuviera que bajar para ir a su trabajo, y así ambos jugaron una ficha para el encuentro del día siguiente.
-Lo nuestro no fue casualidad – comenta Emilia en pleno café de las 7 AM -. ¿Vos sabés todo lo que pasó para que termine trabajando en el Jockey Club? Mirá si no lo conseguía y tenía entrar en otro lugar. Nunca me hubiera tomado el colectivo que nos presentó. O bueno, la cantidad de veces que pensé en mudarme de ciudad, o incluso del país. Sin ir más lejos, fue este trabajo el que me mantuvo en Argentina. ¿Y qué curioso, no? Los dos tenemos una hora de traslado todos los días, y nunca pensamos comprarnos un auto para evitar el ómnibus. Demasiadas coincidencias para no darme cuenta que este encuentro estaba escrito.
-Estás exagerando – responde Cristian, ya con mucha más confianza-. Fueron casualidades, eso no te lo niego. Pero quizás si vos encontrabas otro trabajo pudiste haberte quedado cerca de tu casa, y en ese tiempo te hubieras cruzado con otra persona, y anda a saber dónde estarías ahora. O hasta nos hubiéramos conocido a la vuelta de la esquina un día cualquiera. En el súper, en un bar, en un boliche o incluso en una biblioteca, ¿Por qué no? No te olvides que esta ciudad es un pañuelo.
-Puede ser, pero fíjate que vos necesitabas una excusa para hablarme, y nunca la encontraste. Vos eras el que estaba esperando una señal que fuera casi de ficción, no me lo niegues.
Emilia tenía un punto, y así lo sintió Cristian, quien superó cualquier impulso de cobardía, y decidió hacer que esta serie de eventos oportunos valiera para algo. Así, antes de que ambos se pusieran en marcha para tomar el colectivo y continuar su debate por las creencias en las casualidades. Rápidamente los viajes en la línea 122 se convirtieron en planes, excursiones, travesías y miles de recuerdos.
A menudo sentimos esa extraña sensación de que hay marcas en el camino que nos guían, y nosotros decidimos si seguirlas o cambiar de dirección. Cristian siempre se mantuvo en su misma sincronía, pero era cuestión de tiempo para que Emilia, en su camino en perpendicular se interceptara con él. Y cuando esos rieles se cruzaron, fue cuando empezaron a avanzar juntos.
Al destino se le puede pedir muchas cosas, menos que obligue a las personas. Al destino se le pueden pedir que mezcle las cartas, pero nunca que las juegue. El destino puede ser una ayuda para unir a las personas, pero nunca podrá ser forzado o impuesto. Esa es nuestra parte, vivir la vida que toca, y estar presente con aquellos que coinciden con nosotros. Justamente, así la suerte se convierte en el colectivo que transporta nuestras elecciones, y las lleva a nuevos destinos.
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